Amaneces abriendo los ojos, tomando una bocanada de aire, desperezándote en las sábanas cruzadas, arrastrando la palma de tu mano por el cálido sentir del colchón y te preguntas… ¿un día más? o ¿un día menos? No literalmente, claro, pero sí implícitamente al pensar con ánimo o desánimo todo lo que resta por hacer en el día, al repasar con ilusión o desilusión qué caras verás, al comprobar con agitación o calma que te tocará lidiar con algún proyecto nuevo o quizás con uno antiguo… y así, pasan los primeros minutos, atrapado en pensamientos que dan lugar a unas primeras sensaciones tan frías o cálidas como tan solo tú quieras que sean. Párate a pensarlo un momento… “como tan solo tú quieras que sean”. 

Decides que será un día menos y entonces… te caes de bruces al tropezar con tu pie izquierdo, pues te calzaste la zapatilla equivocada en el pie equivocado. El café de la mañana te abrasa el paladar, ya que estabas absorto en pensamientos triviales cuando lo calentaste en exceso. El último botón del pantalón salió disparado, al intentar abrocharlo sin pausa y con prisa. Tu vecino del quinto casi te golpea la cara con la puerta del portal… y es que no te vio. Paso a paso, la vida te va ofreciendo lo mismo que tú le ofreces a ella: AUSENCIA. Y esta ausencia va acompañada de toda una serie de catastróficas desdichas, pues la valencia no es positiva ni neutral, sino negativa. Murphy lo descubrió porque nosotros lo llevamos a la práctica y Rhonda Byrne lo plasmó en “El secreto” indicando que si mantienes pensamientos positivos y te concentras en lo que deseas, atraerás esas mismas energías hacia ti. Tildada de creencia pseudocientífica, no deja de ser cierto y bien experienciado por todo aquel que tenga un mínimo de consciencia, el hecho de recibir lo que damos, de recoger lo sembrado, de sentir bonito al crear bonito. ¿Por qué nos negamos a creer en ello si es lo que recibimos cuando pensamos que es un día menos? Y lo que es peor aún, ¿por qué si creemos en ello seguimos actuando de la misma forma sabiendo que es pernicioso para nosotros?  

Decides que será un día más y entonces… un rayo de sol alcanza parte de tu rostro al incorporarte en la cama, dándote los buenos días de forma cálida y acogedora. El espejo refleja una cara sonriente que sostiene una mirada segura y confiada, tu cuerpo se siente armonioso. Escuchas el pitido de tu móvil y alcanzas a ver ese saludo con corazón que te llena el alma, tu ánimo mejora por momentos. El portal está plagado de risas inocentes de un año que balbucean al mirarte… y es que se te ve. La brisa suave de la mañana, el sol saliendo poco a poco, los árboles saludándote con su danza al viento… das a la vida lo mismo que te da ella a ti: PRESENCIA. No la buscas, la sientes; no la imploras, la encuentras; no la necesitas, te apetece. Steven Hayes hablaba de aceptación y compromiso para referirse a cómo enfocar los eventos privados que son nuestros pensamientos, emociones, recuerdos, sensaciones físicas… que forman parte de nuestra experiencia interna y que nadie más puede observar directamente. Este psicólogo de tercera generación se refiere al concepto de flexibilidad psicológica para dejar claro que, si nos centramos en los síntomas que padecemos en nuestro día a día, nos perdemos el sentido de la vida. Es importante centrarse en nuestros valores personales: cómo quiero que sea mi día, cual es mi propósito, qué me hace sentir bien, cómo hago sentir bien… Y este será el medio que nos llevará a afrontar mejor todo lo que pueda complicarnos la existencia, cambiando cómo nos enfrentamos a nuestros eventos privados. No hay que evitarlos ni pretender erradicarlos, hay que aceptarlos y comprometerse a aceptar y a no resignarse, porque solo desde la aceptación podremos llegar a cambiar y avanzar. 

El sufrimiento es universal y consustancial a la vida y, en última instancia, su causa principal es la intromisión de un diálogo interno fatalista, que no obedece a la presencia de la vida sino a su ausencia. La realidad siempre es mucho más amable de lo que nos llegamos a contar sobre la misma. Asumamos que hay la misma vida en un momento de dolor que en un momento de alegría, la diferencia es la atribución de importancia que le concedemos a uno y a otro. Librémonos por un momento de teorías biologicistas que aluden al modo de supervivencia del ser humano, para tomar agencialidad sobre qué queremos que pese más en nuestro día: la cara alegre del chico que nos ofrece el café solicitado o el semblante tosco del jefe que durmió mal. Tú decides, y como Viktor Frankl dijo en su momento: podrán arrebatarnos todo salvo una cosa, la elección de qué actitud tomar ante las circunstancias de la vida. Esto jamás podrán arrebatárnoslo, así que no lo regales. 

“Un mundo mejor” resultó en un escrito motivado por un sinfín de pesares cotidianos que llegan a mi consulta con la necesidad imperiosa de ser solventados. No me cansaré de promover mejores actitudes ante la vida, que nos conducen a un mejor mundo interior traduciéndose en un mejor mundo exterior.